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70 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la urgencia de reflexionar sobre nuestras democracias

El 10 de diciembre de 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobaba uno de los documentos más importantes e influyentes: la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

10 de Diciembre 2018 Derechos Humanos


El 10 de diciembre de 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobaba uno de los documentos más importantes e influyentes: la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Inauguraba con él un nuevo paradigma en el concierto de las naciones, una instancia del derecho internacional con nuevos consensos, principios, imperativos y valores. El mundo de la segunda posguerra, traumado aún por la muerte diaria, las bombas y el genocidio, asumía un pacto social universal que desataría un vasto desarrollo aún en vigencia.

 

Hoy, a 70 años ¿Acaso esta declaración solucionó todos los problemas? ¿se terminaron las guerras y los crímenes de estado? ¿Finalizaron las hambrunas, los refugiados, la injusticia social, la explotación? No. De ninguna manera. La gran conquista de la Declaración y del derecho internacional de los derechos humanos fue, al menos, posibilitar a los pueblos a señalar la ilegitimidad de las situaciones de opresión. Una herramienta para la acción sin antecedentes en la historia de la humanidad. Los derechos humanos no son entonces una simple normativa sino una conquista política y cultural.

 

Hoy a 70 años, ante un contexto muy distinto, estamos obligados a reflexionar, a repensar la potencia y la perspectiva de los derechos humanos. Porque nos encontramos frente a una crisis de ese paradigma; aflora con fuerza una nueva (vieja) discursividad que cuestiona justamente los fundamentos mismos de los derechos humanos.

 

El querido Eduardo Luis Duhalde decía allá por el 2011 “Una profunda crisis está viviendo el concierto universal de naciones a partir de la crisis que está viviendo Europa y Estados Unidos. Que no es una crisis meramente económica. Una crisis económica se supera, tardará poco o mucho en superarse. Pero a qué costo se supera esa crisis económica: a costa de la negación de valores que ya la humanidad creía tener incorporados como valores permanentes” (2011).

 

Ciertamente el paradigma de los derechos humanos está siendo cuestionado fuertemente, lo cual entraña riesgos inconmensurables. Discursos violentos, segregacionistas, que celebran la pena de muerte, la discriminación, el odio, la desigualdad; la premoderna idea de que el Estado debe abandonar a su suerte a los desposeídos y dar la espalda a la cuestión social. ¿Esto sería totalmente nuevo? No. Pues siempre existieron expresiones de este tipo de nuestras sociedades. Más bien, la novedad de este tiempo es que esta discursividad se proyecta políticamente, con la legitimidad explícita del Estado y frente a sociedades que, ante problemáticas reales de seguridad ciudadana, se encuentra crecientemente receptiva. Allí están Trump, Bolsonaro, la ultraderecha en Europa, la jactancia grotesca del poder y la violencia. Aquí en Argentina, en estos mismos días, un nuevo Reglamento pretende otorgar a las fuerzas de Seguridad la capacidad de disponer libre y discrecionalmente sobre la vida y la muerte de los ciudadanos.

 

A 70 años de la declaración y 35 de nuestra democracia, se intentan redefinir de forma regresiva los límites entre lo legítimo y lo ilegítimo al respecto de las prácticas sociales y del Estado, y los sentidos alrededor la dignidad humana.

 

¿El objetivo? Desatar nuevas violencias y posibilidades de relaciones opresivas sin los obstáculos. “El sistema democrático universal está en peligro. No basta con decir que hay sistemas democráticos en el mundo. Ya hemos aprendido hace mucho tiempo que decir democracia y decir Estado de Derecho resultan insuficientes porque hoy no basta con la división de poderes, la alternancia en el sistema democrático, el control de los actos por el Poder Judicial. Debemos hablar no de democracias formales sino de democracias sociales” agregaba Duhalde en aquella misma conferencia.

 

¿Esta crisis es definitiva? Para nada. Estamos por lo pronto obligados a reflexionar sobre los riesgos que implica abandonar el imperativo universal de los derechos humanos. En 1983 nuestra democracia fijó su rumbo con ese imperativo, hacia su realización integral, por un pueblo con trabajo, educación, salud, vivienda. Democracia y derechos humanos. Sin dudas nuevas problemáticas y conflictos suponen nuevos desafíos para nuestra democracia, que se deben encarar, siempre, preservando su sentido: el bienestar y la dignidad humana.

 

Matías Ayastuy, responsable del Área de Derechos Humanos


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